Hemos partido de la premisa de que para lograr comprender la revolución y el gran potencial que trae consigo la Web3, no sólo desde el punto de vista tecnológico, sino también en otros ámbitos de la vida, como en lo social, político, económico, ético, es importante un recorrido general del significado y el alcance de las generaciones anteriores de Internet.
La Web1 o primera generación de Internet, a principios de los ‘90, adquiere sus primeros desarrollos en el contexto académico, utilizada por algunas universidades para transferencia de datos entre ordenadores. Sin embargo, podemos remontarnos a un estadio previo de la Internet en sus albores, en el ámbito militar, naciendo como un proyecto del Ministerio de Defensa de E.E.U.U., que desde DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency), genera la primera versión del Internet. Dicha versión, utilizada en las universidades y por el Estado Norteamericano, comienza a abrirse lentamente al público en general, hasta llegar a ser accesible para todos con la aparición de los primeros proveedores comerciales de Internet, como America Online (AOL).
En las primeras versiones de Internet, la de las universidades, existía solamente la posibilidad de comunicación en modo texto a través de una consola. Esta primera versión del Internet fue posible gracias a la creación de pequeños protocolos de transmisión de paquetes digitales. El primero de ellos, que permitió la comunicación entre ordenadores, fue el protocolo TCP/IP, creado por Vinton Cerf.
Con la creación en el año 1990 del protocolo HTTP y el lenguaje HTML, por Tim Berners Lee, aparece el primer navegador web, mosaic, y lo que hoy conocemos como páginas web. A todo esto se suma la introducción del protocolo DNS, que permitió reemplazar los números de IP de un ordenador por un texto, haciendo posible acceder a una página web tipiando el nombre de la misma ya sin la necesidad de ingresar el número de IP del servidor. Así se formaron las bases del Internet tal y como la conocemos hoy.
Ahora bien, TCP/IP, HTTP, DNS, sobre los que se asienta el Internet actual, son protocolos muy pequeños y sencillos, y originalmente open source, es decir gratuitos y de libre acceso. Esta característica allanó el camino del crecimiento de la Web hasta las dimensiones que tiene en nuestros días. Es decir, cualquier empresa o usuario privado podía tomar estos protocolos y crear sobre ellos una aplicación. De hecho, Google, por ejemplo, surgió como una aplicación montada sobre los protocolos TCP/IP y DNS. Otro caso idéntico es el del protocolo SMTP, con las mismas características que los anteriores, que permite el envío de e-mails. Sobre este protocolo se crearon la mayoría de aplicaciones de correos electrónicos que utilizamos actualmente: Gmail, Hotmail, Yahoo, etc.
De este modo, se han construido grandes aplicaciones sobre estos pequeños protocolos libres y de código abierto, que sostienen la estructura de la Web. Estas aplicaciones, sin embargo, ya no son libres, abiertas y gratuitas. Actualmente su uso implica un pago, si no con dinero con los datos de los propios usuarios, aún sin el conocimiento de los mismos. Es decir, siguiendo el caso de los correos electrónicos, el contenido de lo que escribimos en los mismos es pertenencia de la empresa que provee el servicio, por ejemplo, de Google en el uso de Gmail. A pesar de la apariencia, actualmente Internet no es ni libre ni abierto, por lo tanto tampoco gratuito, como pretendió ser en sus orígenes, por el contrario se paga, incluso involuntariamente un costo en datos personales, que se vuelven capital de comercialización entre empresas.
Toda la Internet actualmente, por lo tanto, demuestra una estructura de aplicaciones gordas, gigantes, montadas sobre protocolos flacos, diminutos, y de aplicaciones privadas y pagas sobre protocolos libres y abiertos. Precisamente, la Web3 con la tecnología Blockchain, como analizaremos más adelante, invierte esta relación proponiendo una internet de protocolos gordos que sostienen aplicaciones flacas.