La ilusión liberal
Cómo la Web3 puede aportar a una sociedad auténticamente libre y soberana
Desde hace un tiempo hacemos referencia en estos escritos a la situación actual de Internet, claro reflejo del sistema socio-económico occidental, caracterizada por la centralización, el monopolio, la explotación de datos y recursos de los usuarios, etc. Todo bajo la apariencia, muy superficial, de gratuidad y acceso abierto, generando una ilusión que podríamos llamar liberal, análoga a la ilusión de la sociedad en que vivimos. ¿En qué consiste pues esta ilusión liberal?
Ligado a estos problemas que venimos señalando, el pasado 1ero de noviembre entró en vigor en Europa la llamada Ley de Mercados Digitales (DMA), un paquete legislativo impulsado y aprobado por la Unión Europea que tiene por objetivo “evitar que los guardianes de acceso impongan condiciones injustas a las empresas y los usuarios finales y garantizar el carácter abierto de importantes servicios digitales”. Precisamente, esta ley intenta salir al cruce a los gigantes del Internet como Google, Apple, Meta, Amazon. Estos consorcios llevan adelante un monopolio que no se reduce meramente al ciberespacio, sino que tiene un impacto efectivo en la economía global. Con la entrada en vigencia de esta ley, estas grandes compañías deberán permitir a terceros interactuar con sus propios servicios. Las pequeñas empresas podrán acceder a los datos que estos gigantes recopilan cuando estas utilizan sus servicios y dichos consorcios no podrán recopilar datos que no sean públicos de aquellas empresas que usan sus servicios, entre otras cosas. En general, se apunta a la generación de una competencia de mercado real y efectiva.
Un punto interesante de esta ley para los usuarios particulares es que Google, Apple y el resto de las grandes compañías tecnológicas ya no podrán impedir que se desinstalen tanto el sistema operativo como las aplicaciones que vienen instaladas de forma predeterminada en los dispositivos. En efecto, la propiedad de los dispositivos que utilizamos, de nuestros smartphones o nuestros ordenadores es aparente, en el sentido de que no es absoluta. Los compramos y los poseemos, pero son propiedad nuestra de un modo mucho más limitado del que nos percatamos. No podemos hacer con ellos lo que nos plazca. Por ejemplo, en el caso de los smartphones que vienen con el sistema operativo Android, sistema operativo adquirido por Google, contienen de modo predeterminado el paquete de aplicaciones de Google, el cual no está permitido a los usuarios, “dueños del dispositivo”, desinstalar. Sumado a esto, continuando con el ejemplo dado, dicho dispositivo está vinculado a Google transfiriendo constantemente información, datos personales, registro de nuestra localización y movimientos, etc. Esto vale también para las otras compañías que monopolizan el Internet, entre las que se destacan Microsoft y Apple, ya sea en el caso de los smartphones como las PCs. Claramente, la propiedad del usuario promedio es muy limitada en estos casos, tan característicos de la Web2.
Ahora bien, una ley que ponga límites a la problemática aquí descripta, propia precisamente de la Web2, ¿podría ofrecer una solución satisfactoria a la situación actual de Internet? En principio es claro que la ley aspira a mejorar las posibilidades de competencia en el mercado, lo cual, por cierto, no apunta a cambiar el modo de concebir la cuestión, sino a imponer un límite a los mencionados monopolios en vistas a un mercado con posibilidades mejor distribuidas. Es decir, el usuario particular no es objetivo de esta ley, sólo le afecta de un modo secundario.
Vivimos en una sociedad en la cual aparentemente las libertades y derechos individuales están asegurados y garantizados. Sin embargo, esto no es tan así. Esta es la ilusión liberal de la que estamos hablando. Ya es una gran paradoja el hecho de que en una sociedad liberal como Europa se requieran leyes que limiten, precisamente, las libertades de las empresas.
Llegados a este punto cabe la pregunta: ¿los usuarios de los servicios de estos gigantes digitales están conectados a ellos o encadenados? Pareciera más bien esto último, pues en lugar de ofrecer acceso a los usuarios para conectarse con otros usuarios o al mundo de la información, parece que están encadenados a esos servicios. En efecto, no se puede disponer libremente de nuestros datos una vez cargados en esas aplicaciones (no puedo llevármelos cuando cierro mi cuenta).
Esta ley de la UE, como otras que van emergiendo en todo el mundo, ofrecen alternativas limitadas a la situación, como la posibilidad de desactivar algunas funciones predeterminadas en los dispositivos, etc. Pero siempre se va exigir del usuario una confianza absoluta en la empresa a la cual el dispositivo está conectado-encadenado. Estas leyes siguen aportando a la ilusión, pues son parte de ella.
Es lo mismo que sucede, por ejemplo, con el dinero en los bancos. La propiedad de la cuenta bancaria no es absoluta del titular o los titulares como parece a simple vista. Esto se vuelve trágicamente patente en los tiempos de crisis económicas cuando los bancos proceden a restringir el uso o retiro del dinero a los “propietarios” de las cuentas, como fue el caso del llamado “corralito bancario” en Argentina en 2001 o en Chipre en 2013. Por lo tanto, la libertad de disposición del contenido de una cuenta bancaria tampoco es tan efectiva como se piensa. La soberanía y la libertad son también en estos casos ilusorias.
En este sentido, en torno a la Web3 y a Blockchain hay una tendencia, que se ha convertido en eslogan, de desbancarización. Al contrario de décadas atrás que existió un movimiento hacia la bancarización de los individuos promoviendo las ventajas que tal situación financiera acarreaba.
Esta nueva tendencia de avanzada que promueve a la desbancarización constituye una reacción frente al límite de propiedad y disposición de lo legítimamente propio o producido. El eslogan reza: “se tú tu propio banco”, lo cual sería posible gracias a la tecnología Blockchain, la cual ofrece a los usuarios la posibilidad de ser el custodio efectivo y absoluto de su capital, sin la necesidad de recurrir a terceros o intermediarios como son los bancos, fondos de inversión, instituciones privadas que pueden quebrar, cometer fraudes, sufrir daño, etc. En cambio, con el sistema de wallets o billeteras digitales propio de la Web3, el individuo teniendo su clave privada puede ser el custodio, el responsable, de su propio dinero, disponiendo libre y soberanamente de sus activos. Esto implica, por otro lado, evidentemente una gran responsabilidad. Responsabilidad que recae absolutamente ahora en el propietario, eliminados los intermediarios. Perder la clave privada de una billetera virtual significa perder la propiedad y disposición del dinero que ella contiene.
En conclusión, la superación de la ilusión sólo puede provenir de un cambio radical. Unas leyes que sigan apareciendo sobre el terreno de lo establecido sólo vienen a emparchar una situación muy desfavorable para el usuario promedio del Internet de hoy en día, asegurándole algún derecho aislado, limitando los abusos más patentes, pero manteniendo el status quo en el que los que más tienen, cada vez tienen más y gozan de la mayoría de los beneficios de los que dispone el sistema. La alternativa sólo puede venir de un cambio estructural. Precisamente esto es la Web3 respecto de la Web2. En algún sentido si la Web2 es la domesticación de Internet y su puesta al servicio de las estructuras institucionales centralizada de occidente, la Web3 contiene el potencial de ser el principio efectivo de otro modo de concebir la estructura socio-política vigente y tradicional.