Hemos comentado anteriormente el fenómeno de lo que hemos llamado ilusión liberal, es decir, la paradoja de una cultura que enaltece hasta el hartazgo el ideal de la libertad pero que, al mismo tiempo y subrepticiamente, encadena al individuo, el cual termina viviendo una libertad aparente, casi encadenado voluntariamente a una ficción o espejismo de lo que en realidad constituiría una forma de vida auténticamente liberal.
Al respecto Yuval Noah Harari, historiador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, muy reconocido actualmente, hace unas consideraciones muy sugerentes en su libro Homo Deus. A continuación citamos un fragmento que da mucho que pensar:
El mundo está dominado por el paquete liberal del individualismo, los derechos humanos, la democracia y el mercado libre. Pero la ciencia del siglo XXI socava los cimientos del orden liberal. Puesto que la ciencia no aborda cuestiones de valor, no puede determinar si los liberales hacen bien en valorar más la libertad que la igualdad, o al individuo más que al colectivo. Sin embargo, como cualquier otra religión, el liberalismo también se basa en lo que considera declaraciones fácticas u objetivas, además de en juicios éticos abstractos. Y estas declaraciones fácticas sencillamente no resisten el escrutinio científico riguroso. Los liberales valoran tanto la libertad individual porque creen que los humanos tienen libre albedrío. Según el liberalismo, las decisiones de votantes y clientes no son deterministas ni aleatorias. […] Esta es la razón por la que el liberalismo concede tanta importancia a votantes y clientes, y nos enseña a seguir los dictados de nuestro corazón y a hacer lo que hace que nos sintamos bien. Es nuestro libre albedrío lo que infunde sentido al universo, [ahora bien…] atribuir libre albedrío a los humanos no es un juicio ético: pretende ser una descripción fáctica del mundo. Si bien esta llamada descripción fáctica podría haber tenido sentido en la época de Locke, Rousseau y Thomas Jefferson, no concuerda muy bien con los más recientes descubrimientos de las ciencias de la vida. La contradicción entre libre albedrío y ciencia contemporánea es el elefante en el laboratorio, al que muchos prefieren no ver mientras miran por sus microscopios y sus escáneres MRI.
Harari, Y.N., Homo Deus: Breve historia del mañana, Barcelona: Debate, 2016, ISBN 978-84-9992671-1 .
En efecto, la sociedad actual vive en una ilusión de libertad, una experiencia de libertad que no es tal, que no es auténtica. La ciencia actual, en efecto, socaba la idea, que culturalmente se comparte en occidente y se da por obvia, de una libertad absoluta o muy poco condicionada. Sin embargo, existe evidencia de determinaciones biológicas, psicológicas, sociológicas, culturales, sobre las que se asientan aún determinaciones de tipo políticas y económicas. En consecuencia, podemos mucho menos de lo que pensamos que podemos. El yes we can de Obama es sólo es un vulgar slogan de campaña. La ilusión de poder en la que vivimos es mayor que el poder efectivo del que gozamos. Esta disminución de poder efectivo se hace cada vez más aguda a medida que crece la ilusión de poder que engendra el paradigma cultural actual.
El problema que subyace en esta ilusión es el de la desproporción en la distribución. Una distribución desproporcionada de la riqueza, pero esencialmente una distribución desproporcionada del poder. Más allá de los tintes ideológicos y los acentos políticos con que el lector puede etiquetar esta frase, interesa el hecho en sí; a saber, la desproporción en la distribución del poder. Una circunstancia naturalizada que se convirtió en status quo y que pareciera determinada a permanecer como tal.
La ilusión de poder en la que vivimos es mayor que el poder efectivo del que gozamos
Precisamente uno de los logros de Internet, en particular de la Web3 es la posibilidad efectiva de distribución del poder. Esa es precisamente la distinción característica de la tecnología blockchain, a saber, la distribución y descentralización a un nivel fundamental, lo cual permite, entre otras cosas, el consenso distribuido, la distribución de la gobernanza, etc. El consenso, en efecto, por el cual se valida una transacción es un método no sólo colectivo y cooperativo sino también necesariamente distribuído.
Una aplicación concreta de la distribución de la gobernanza en la Web3, por otra parte, son las DAOs (Decentralized Autonomous Organization), en las que la gobernanza es totalmente distribuida además de estar estipulada en un contrato inteligente que rige la organización. Es decir, que esta tecnología, a pesar de estar todavía en ciernes, demuestra que es posible pensar y hacer efectivo otras formas de ejercicio del poder. Formas que han sido ensayadas en los albores de la democracia, en la Grecia de Pericles, cuando el pueblo tenía una capacidad real de autonomía, de autogobierno. La historia ha demostrado que la democracia es una tarea extremadamente difícil, incluso en aquel siglo de oro de Grecia, el autogobierno del pueblo era limitado, pues sólo participaban los denominados ciudadanos, quedando fuera otros actores sociales importantes. Aún así, es muy probable que aquella haya sido la experiencia más cercana a la democracia auténtica. Experiencia muy lejana a lo que actualmente llamamos y conocemos como democracia.
Es interesante que hoy en día la Web3 habilite la posibilidad de armar comunidades virtuales autónomas en las cuales la gobernanza es efectivamente distribuida y no de manera ilusoria o puesta en manos de algunos representantes, como es el modelo democrático occidental vigente. Si bien estos modelos de comunidades todavía están en desarrollo y no hay experiencias definitivas respecto de su eficacia total, sí es de destacar la posibilidad latente que encierra esta tecnología de generar un cambio social que aborde de una manera innovadora las problemáticas socio-comunitarias que las instituciones tradicionales abordan y que, hasta el momento, no han podido solucionar satisfactoriamente.
Desde hace décadas el ideal ilusorio de libertad está en el centro de los relatos generadores de cultura en los medios masivos de comunicación. Por esta razón, a la mayoría de las personas les resulta extraña la afirmación de que efectivamente, auténticamente, tenemos mucho menos libertad de la que pensamos, de que en realidad mucho de lo que se dice sobre la libertad es más bien ficticio. Este es, empero, precisamente el juego de la ilusión. Es por esto que el hecho de que la ciencia, que precisamente se afirma sobre lo necesario, demuestre constantemente que hay menos libertad de la que se predica idealmente, no debería constituir una novedad tan sorprendente.
Para concluir nos atrevemos a afirmar que la justicia es, más que distribución de riquezas o bienes, distribución adecuada del poder. Sin embargo, en la mentalidad actual occidental el poder está ligado a la riqueza, el poder está encadenado, depende paradójicamente de un factor externo a él. Es decir, la libertad además de todos los condicionamientos que le son propios, está manifiestamente atada a otro factor que la condiciona. Esta situación centraliza aún más el poder, que tiene una carga agregada, una condición que se le ha asignado. Los individuos tienen un condicionamiento más sobre el ejercicio de su propia libertad. De este modo, la centralización de la riqueza no es tan problemática por una cuestión meramente económica o financiera, sino por el problema mismo de la gobernanza es decir de la distribución del poder. Pues, al día de hoy, las decisiones efectivas sobre la cosa pública están cada vez más con-centradas en menos manos.
En este sentido, la Web3 representa una innovación tecnológica que potencialmente podría devolver la soberanía a la comunidad de usuarios que reunidos en una determinada geografía constituyen un pueblo. Una mayor distribución de la soberanía y, por lo tanto, de la responsabilidad, sería posible, al menos ya estaría ocurriendo de alguna manera, con estas tecnologías emergentes.