En publicaciones anteriores hemos hecho referencia al modelo económico y tecnológico, que sostiene, hace funcionar y se refleja en el Internet actual. Siguiendo este análisis, dicho modelo y, por tanto el Internet que lo refleja, se muestra como algo roto, quebrado, insostenible (Voshmgir 2020). Por esta razón no es sustentable, en cuanto se basa en un modelo extractivista (Dixon 2022b, Byrnes & Collins 2017), un concepto que implícita o explícitamente está en el centro del análisis del paradigma actual y, por tanto de la Web2.
El concepto de extractivismo, que Chris Dixon ha aplicado a la situación del Internet vigente, es clásicamente utilizado en los estudios sobre el neocolonialismo y se utiliza para explicar el fenómeno de la extracción de recursos naturales en general, o commodities, de países menos desarrollados por parte de grandes corporaciones que se instalan en ellos e invierten en infraestructura. Es decir, que a cambio de alguna inversión, insignificante comparativamente, muchas veces con el consentimiento de los gobiernos de turno, estas corporaciones se llevan, extraen, los commodities, los recursos propios del país, pudiendo ser petróleo, minerales, granos, madera, agua, etc. Claramente, el extractivismo no es un fenómeno reciente, sino que es una práctica recurrente en la historia. Baste pensar en las políticas imperiales antiguas o el colonialismo europeo de la época de la conquista de América o África.
En la actualidad, tal como propone Dixon, el extractivismo es la práctica más común y la que motoriza toda la economía del Internet en su formato Web2. Y esto es así ya que el commodity más rentable en nuestros días no es más algún recurso natural como el petróleo, sino la infinita cantidad de datos generados por los usuarios de Internet. Es por eso que el principal recurso explotado por los grandes consorcios de esta sociedad digitalizada son los datos que cada usuario cede por el sólo hecho de conectarse a la gran red. Por lo tanto, cada uno de nosotros, construyendo una identidad digital y digitalizando nuestras vidas, actividades, gustos, etc, se convierte en un conjunto de datos apropiables y redituables que son acumulados en los silos de datos de los grandes consorcios que dominan todo el tráfico online. Es decir, nos hemos convertido, casi sin darnos cuenta, en el nuevo commodity de la nueva economía digital.
Ahora bien, sin haer un análisis demasiado profundo, enseguida salta a la vista la problemática que esto acarrea. Dixon lo grafica de la siguiente manera:
Lo que se interpreta de dicho gráfico, según el mismo Dixon explica, es que hay tres momentos en la economía actual de la Web2: el momento de atracción, el momento de crecimiento y ganancia mútua relativamente equitativa, y el momento extractivo final de suma cero para el usuario.
Es decir, que al fin de cuentas y luego de que el usuario fue atraído y logró algún tipo de ganancia se llega a una meseta donde los individuos dejan de obtener ganancias efectivas, donde se deja de cooperar, donde sólo hay competencia, la cual, por lo cierto, es desigual, y la extracción de datos termina siendo la única estrategia que puede sostener a las empresas en su crecimiento y expansión.
El internet actual ofrece, de esta forma, productos y servicios supuestamente gratuitos, pero en realidad la única manera de hacer rentable su funcionamiento es convirtiendo al usuario, y todo el contenido que produce, en el mismo producto de venta. El supuesto consumidor se convierte así en lo efectivamente consumido. Se trata de un modelo socio-económico que empieza a ser criticado ya hacia fines de la década del 70, cuando el producto consumido era el televidente. (Serra 1980).
En este sentido, los usuarios del Internet vigente somos consumidos, no meramente consumidores. Efectivamente, los datos que producimos en la Web2, como ya hemos comentado, no están en nuestro poder, sino en el de las grandes corporaciones, principalmente en aquellas que monopolizan prácticamente la totalidad del tráfico de la información (Google, Meta, Apple, Amazon y algunas pocas otras en la parte oriental del planeta). Estas corporaciones gestionan los datos, que no están en poder de quienes los produjeron (los usuarios), en favor de los propios intereses corporativos, a saber, crecimiento y ganancia indefinida o infinita a través de una forma pura y dura de extractivismo. Al fin de cuentas, pues, todas las ganancias que estos datos generan van a parar a las corporaciones y mientras que los usuarios que los generaron se convierten en mercancía y reciben a cambio “likes”. Al tiempo que las ganancias de la empresas, como muestra el siguiente gráfico, son astronómicas:
Para concluir hay que decir que el extractivismo instaura un desequilibrio sistematizado en el sentido de una negación de la capacidad de construcción, de ordenamiento social y de desarrollo, lo cual acarrea una mayor inequidad y por lo tanto a mayor intranquilidad social, económica y política. Es una profundización y cristalización del status quo de inequidad del modelo de Internet vigente. Todo esto se traduce en una notable disminución de la creatividad. De manera que el usuario que no obtiene ganancias de aquello que genera se ve limitado no sólo en la calidad de lo que puede producir, sino también en su capacidad creativa, la cual se encuentra atada siempre a los mismos recursos. Desatender esta cuestión constituye, en efecto, una forma de desfavorecer la igualdad de posibilidades de progreso para todos. La pasividad del consumidor-consumido conlleva un estancamiento en la creatividad y en la posibilidad de construcción y progreso personal y comunitario-social.
La Web3, la Internet de la tecnología blockchain, promete por el contrario revertir esta situación. Pues los protocolos sobre la que se construyen sus aplicaciones, es decir el fundamento lógico que la estructura, garantizaría la soberanía de los usuarios y una descentralización efectiva del tráfico y el control de los datos que ellos mismos generan.